Revelamos el mundo a nuestros ojos atribuyéndole características estables. No escapamos a la autoridad primaria de un “nombre” necesitamos decir, hacer cognoscible, descubrir, conquistar. La fortaleza intrínseca al verbo la hacemos fuerte en los atributos y en magnificar su condición. Es así como llamamos a una rosa una rosa y por observación directa dictaminamos que ésta es roja. Una rosa es roja como un hombre es un hombre o una mujer es una mujer, con el paso del tiempo así hemos venido simplificando nuestro universo. Rescatar al mundo de esta mirada previsible e inmediata es una de las tareas que nos impone el deseo de crear, de iluminar, de dejarnos maravillar por los atributos intrínsecos de cada objeto, sin limitarlo a la prisión de nuestra palabra. ¿Por qué no dejar que una rosa nos revele otras formas de su naturaleza?
La inversión cromática de las imágenes muestra el alma de las flores, su otro YO. Algunos niegan la existencia del color o lo arguyen a un engaño visual, nosotros le invitamos simplemente a observar, a mirar, a ir más allá con nuestras flores invertida, descubra la belleza latente que duerme en el inconsciente de los objetos.
La inversión cromática de las imágenes muestra el alma de las flores, su otro YO. Algunos niegan la existencia del color o lo arguyen a un engaño visual, nosotros le invitamos simplemente a observar, a mirar, a ir más allá con nuestras flores invertida, descubra la belleza latente que duerme en el inconsciente de los objetos.
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