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Las flores en la poesía española II

Desde siempre la poesía, la lírica, ha escogido distintos símbolos para reflejar estados de ánimo y sentimientos y, precisamente por ello, las flores suelen acompañar con su presencia multitud de poemas. Las flores y su uso que ya se pueden considerar como tópicos literarios en muchos poemas, con una larga tradición sus espaldas. De una manera que nunca será exhaustiva vamos a tratar de centrar algo más el papel de las flores en la poesía española.La rosa debe ser una de las más evocadas por su belleza, pero también porque es efímera y a menudo sirve de advertencia a aquellos que creen que lo mundanal ha de durar, cuando es justo lo contrario. La azucena o las flores de azahar son indicadoras de pureza, de candor, de virginidad al lado de los lirios o de la flor del alhelí o los nardos. La violeta o la amapola como humildes presencias, cada una en su territorio, una en jardines y otra de manera salvaje, casi descuidada. La margarita como señal de los estados de ánimo volubles o infinidad de flores que aportan alegría, tristeza, melancolía, dramatismo o ternura a los poemas.
EDAD MEDIA
Si volvemos la mirada atrás, en una ejemplificación rápida ya Gonzalo de Berceo en su Introducción alegórica a los Milagros de Nuestra Señora describe un lugar deleitoso cuajado de flores:
"La verdura del prado, la olor de las flores,
las sombras de los árboles de tempranos sabores
refrescaron me todo, e perdí los sudores
podrie vevir el omne con aquellos olores".

La poesía popular medieval, que se recoge en los "Cancioneros", no deja de incluir el saber popular y la referencia a las flores como elementos que se pueden identificar claramente con el amor y su cortejo:
"Lindas son rosas y flores,
más lindos son mis amores".
"Ya florecen los árboles, Juan:
¡mala seré de guardar!
Ya florecen los almendros
Y los amores con ellos
Juan,
Mala seré de guardar.
Ya florecen los árboles, Juan:
¡mala seré de guardar!"
En los Romances, ya a finales de la Edad Media, la alusión a flores, a árboles, a elementos vegetales no es infrecuente. Sin ir más lejos allí tenemos los espléndidos versos del "Romance del Conde Olinos", que nos hablan del amor poderoso más allá de la muerte:
"De ella nació un rosal blanco,
de él nació un espino albar,
crece el uno, crece el otro,
juntos se van a abrazar".
En las "Serranillas", el marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza, recrea también un escenario propicio para estas muchachas bellas y gráciles. Leemos en "La moçuela de Bores":
"Mas vi la fermosa
de buen continente,
la cara plaziente,
fresca como rosa,
de tales colores
cual nunca vi dama,
nin otra, señores".
RENACIMIENTO
Garcilaso de la Vega, en el Renacimiento, emplea la rosa, una de las flores más aludidas de todos los tiempos, para recordarnos que todo es efímero y que vivamos la vida la juventud, sobre todo, las mujeres; además de comparar el color de su dama con el de la azucen por su especial blancura:
"Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre"
Y Fray Luis de León, a manera franciscana y con falsa modestia, todo hay que decirlo, opinaba que sus "poemas eran florecillas que se le cayeron de las manos", aunque, bien es cierto que se trata de una poesía muy trabajada. Así, en la "Oda a la Vida retirada", influida por Horacio, pondera la vida alejada del "mundanal ruido", es decir un beatus ille y, en una de las liras, leemos:
"Del monte en la ladera
por mi mando plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto".
Aún en el S. XVI, San Juan de la Cruz, el gran místico español, en el "Cántico espiritual", mediante una ambientación bucólica, intenta explicar la vía unitiva; esto es, la unión del Alma con Cristo. De este modo dice la Esposa:
"Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras".
En otro momento añade, ya cuando se ha encontrado con el Esposo:
"Nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mi escudos de oro coronado".
Y en pleno diálogo amoroso, culmina:
"¡Oh ninfas de Judea,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales
y no queráis tocar nuestros umbrales..."
BARROCO
Los poetas barrocos -Góngora, Quevedo...- fueron más lejos y, llevados de su pesimismo que no era otro que el de la época, mostraron la rosa y las demás flores -clavel, alhelí...- como símbolo de la propia vida, que es polvo, humo, nada; como símbolo de las glorias mundanas que no nos trascienden, aunque Góngora es capaz de aunar las dos caras, la más festiva y alegre, con sus letrillas, y aquella otra pesimista y dura con sus poemas severos:
"Las flores del romero,
niña Isabel,
hoy son flores azules,
mañana serán miel".
(Góngora)
"Flor es el jazmín, si bella,
no de las más vividoras,
pues dura pocas horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
la flor que él retiene en sí.
Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y sombra mía aun no soy".
(Góngora)
"Goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue tu edad dorada
oro, lilio, clavel luciente,
no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Góngora en "Prevención ante el Amor", un magnífico soneto, advierte a los amantes sobre los peligros del amor, porque entre las flores puede esconderse la serpiente:
"Amor está, de su veneno amado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas, que a la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno;
Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora.
Y sólo del Amor queda el veneno".
Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios, escribió poesía y hay muchos poemas populares que se le atribuyen y en los que destacan también la presencia de plantas y flores, puesto que se pondera la vida rural:
"A la viña viñadores,
que sus frutos de amores son;
a la viña tan garrida,
que sus frutos de amores son;
ahora que está florida,
que sus frutos de amores son,
a las hermosas convida
con los pápanos y flores:
a la viña, viñadores,
que sus frutos amores son".
O un "Cantar de siega" en donde habla del color de la piel de las mujeres que trabajan en el campo, que empiezan siendo blancas -azucena, dice aquí- y acaban siendo morenas, cuando el ideal de belleza de la época era el color pálido, que indicaba que la mujer poco trabajaba en menesteres campesinos:
"Mi edad al amanecer
era lustrosa azucena;
diome el sol y ya soy morena".
ILUSTRACIÓN
Los ilustrados en el S. XVIII no consideraban que la poesía fuese un negocio serio ya que sus afanes iban por otros derroteros, como cambiar el país y modernizarlo. Sin embargo, la poesía didáctica, moralizante, ejemplificadora también echa mano de las flores. Así José Antonio Porcel en "Fábula de Alfeo y Aretusa" dice, describiendo a la ninfa:
"No ilustró del Taigeto la escabrosa
cumbre ninfa más bella, pues la frene
en cada estrella vence luminosa
los ojos, que abre el cielo transparente;
de cuanto en sus mejillas mezcla hermosa
hizo con el jazmín, clavel ardiente,
queda un, que en dos hojas se señala,
que encierra perlas, y ámbares exhala."
Gaspar Melchor de Jovellanos empieza la "Epístola a Batilo" de esta manera:
"Verdes campos, florida y ancha vega,
donde Bernesga próvido reparte
su onda cristalina; alegres prados...".
Ahora bien, los autores deciochescos son más prácticos y a menudo ven más el fruto que las flores. Samaniego en "La zorra y las uvas" así lo explica:
"Cansábala mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas".
José Iglesias de la Casa en "La rosa de abril" escribe una letrilla en donde esta rosa simboliza la juventud efímera:
"Zagalas del valle,
que al prado venís
a tejer guirnaldas
de rosa y jazmín,
parad en buen hora
y al lado de mí
mirad más florida
la rosa de abril".
Juan Meléndez Valdés escribe anacreónticas en donde pondera el goce de los sentidos. Lo leemos en la "Oda De is niñeces":
"Siendo yo niño tierno,
con la niña Dorila
me andaba por la selva
cogiendo florecillas,
de que alegres guirnaldas
con gracia peregrina,
para ambos coronarnos,
su mano disponía."
En "El amor mariposa" compara el amor con una mariposa que va de flor en flor:
"Ya en el valle se pierde,
ya en una flor se para,
ya otra besa festivo,
y otra ronda y halaga".
En "La paloma de Filis" compara el regazo de la dama con las azucenas y él bien quisiera reposar allí como una palomita:
"Inquieta palomita,
que vuelas y revuelas
desde el hombro de Filis
a su hala de azucenas;
si yo la inmensa dicha
que tú gozas, tuviera,
no de lugar mudara,
ni fuera tan inquieta".
ROMANTICISMO
En el Romanticismo, las flores, los vergeles aparecen para ilustrar múltiples poemas, sobre todo aquellos que aluden a Al-Andalus, como pueden ser las Orientales de Zorrilla, llenas de ritmo y magia.

"Tengo un palacio en Granada,
Tengo jardines y flores,
Tengo una fuente dorada
Con más de cien surtidores"
La búsqueda romántica es irrealizable, operan en el vacío, se sienten desposeídos; de ahí que, por ejemplo, Novalis, aunque no sea un poeta español, ande buscando la flor azul.
Hermosa es, sin duda la composición de Juan Eugenio Hartzenbusch "La Flor No me olvides" donde recrea el origen legendario de esta flor:
"Una flor azul celeste
vio flotar sobre las aguas,
y con un tierno suspiro
dijo entre sí estas palabras:
"¡Flor infeliz, de una vida
que ser no pudiera larga,
bien temprano te despojan
esas olas inhumanas!".
José de Espronceda en el Canto a Teresa, recuerda su gran amor por Teresa Mancha que ya ha muerto y lo plasma en octavas reales, en alguna escoge las flores como imagen poética con la que identifica a la amada:
"Que yo como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay! Al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía
Yo, inocente también, ¡oh! Cuán ufana
Al provenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor con cuanto anhelo,
Pensé contigo remontarme al cielo!"
Gertrudis Gómez de Avellaneda en "A él" se ve a sí misma como una flor, la flor de su juventud:
"Melancólico fulgor
Blanca luna repartía,
Y el aura leve mecía
Con soplo murmurador
La tierna flor que se abría"
Enrique Gil y Carrasco escribe un largo poema, "La violeta" en el que identifica su soledad, su propio estado de ánimo con una violeta:
"Tú allí crecías olorosa y pura
Con tus moradas hojas de pesar;
Pasaba entre la yerba tu frescura,
De la fuente al confuso murmurar".
Carolina Coronado dedica un poema a la "Rosa blanca" en el que nos habla delo efímero de la vida y del papel de los poetas:
"La luz del día se apaga;
Rosa blanca, sola y muda,
Entre los álamos vaga
De la arboleda desnuda,"
(...)
"El poeta, "suave rosa"
Llamóla, muerto de amores...
¡El poeta es mariposa
Que adula todas las flores!
Bella es la azucena pura,
Dulce la aroma olorosa,
Y la postrera hermosura
Es siempre la más hermosa".
Gustavo Adolfo Bécquer no podía ser ajeno a las flores y plantas en sus Rimas habla de "azules campanillas, violetas y azucena tronchada" y también, en unos célebres versos de que la naturaleza nunca es la misma porque todo pasa:
"Volverán las tupidas madreselvas
De tu jardín las tapias a escalar
Y otra vez a la tarde aún más hermosas
Sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
Cuyas gotas mirábamos temblar
Y caer como lágrimas del día...
Esas... ¡no volverán!"
Rosalía de Castro tampoco se olvida de las flores ni de que las rosas tienen espinas:
"En su cárcel de espinos y rosas
Cantan y juegan mis pobres niños,
Hermosos seres desde la cuna
Por la desgracia ya perseguidos".

Fotografía  Don Rulfo

La leyenda del Girasol

Pirayú era cacique de una tribu que vivía a orillas del río Paraná.
Mandió era cacique de una tribu vecina. Pirayú y Mandió eran buenos amigos. De ahí que sus pueblos intercambiaban en paz artesanías y alimentos.
Cierta vez, Mandió tuvo la gran idea de unir a las dos tribus, y por eso pidió en matrimonio a la hija de Pirayú. _Para estar siempre unidos quiero casarme con tu hija_ dijo a su amigo. Imposible_respondió preocupado Pirayú. Y contó enseguida a Mandió que su hija no se casaría con ningún hombre porque había ofrecido su vida al dios Sol.
Ante la incredulidad de Mandió, Pirayú explicó que _ Carandaí, mi hija, desde muy pequeña pasa las horas contemplando al sol. Sólo vive para él. Por eso los días nublados la ponen tan triste_; Mandió se alejó disgustado y prometiendo venganza.
Los días pasaron hasta que cierta vez andaba Carandaí con su canoa contemplando la caída del sol en medio del río cuando, de pronto, vio resplandores de fuego sobre su aldea. Remó rápidamente hacia la orilla, pero, cuando intentó desembarcar, unas barras gruesas de madera trabaron sus movimientos.
_¡Ajá!, tendrás que pedirle a tu dios que te libere de mi venganza_ dijo Mandió.
_¡Oh! Cuarajhí, ¡Mi querido so!_ susurró Carandaí. _No permitas que Mandió acabe conmigo y mi pueblo. No lo permitas mi dios…
Y no había terminado de hablar cuando Cuarajhí, el sol, envió a la joven un remolino de rayos potentes que la envolvieron y la hicieron desaparecer de la vista de Mandió.
Allí donde había estado Carandaí, brotó una planta esbelta y hermosa con una flor dorada que, al igual que la princesa, siguió siempre, con su cara al cielo, los rumbos del sol.

Leyenda autóctona del Litoral Argentino.
Licencia de Creative Commons

Con referencia floral /Literatura con olor a flor


El lirio del valle Honoré de Balzac.
Flor de fango José María Vargas Vila 
Lirio negro José María Vargas Vila. 
Aura o las Violetas José María Vargas Vila.
El nombre de la Rosa Umberto Eco
Las flores del mal Charles Baudelaire. 
La Dalia negra James Ellroy 
Asphodel Hilda Doolitle 
Crónica de Flores y Blancaflor Anónimo 
El ruiseñor y la Rosa Oscar Wilde 
Las rosas de piedra Sara Gainham 
El tulipán negro Alejandro Dumás 
flores de las tinieblas Auguste Villiers de Lisle Adams 
Capullo en flor Brian Aldiss 
Heliconia invierno Brian Aldiss 
Heliconia primavera Brian Aldiss 
Heliconia verano Brian Aldiss 
manual de flora fantástica Eduardo Lizalde 
El divino narciso Sor juana Inés de la Cruz 
Lotos Baudilio Montoya 
Dejé las Flores en el Sueño Umberto Senegal 
lluvia de sol, cuentos de Camotán con flor y alma; Flor de Gadea 
El jardín de los senderos que se bifurcan, jorge Luís Borges.
la rosa profunda Jorge Luis Borges 
florecillas del glorioso señor San Francisco y de sus hermanos Anónimo 
Santos vega o los mellizos de la flor Hilario Ascasubi 
Flor de mayo Blasco Ibáñez 
Flor de durazno Hugo Wast 
flores de poetas ilustres Espinosa 
Doña Flor y sus dos maridos, Jorge Amado
Flor sombría Galsworthy 
Olor a rosas invisibles Laura Restrepo 
Carlota y las semillas de girasol James Mayhew 
José Jerónimo triana el caballero de las flores Santiago Díaz Piedrahíta 
Flores en el ático V.C Andrews 
Flores para Algernon Daniel Keyes
Flores nocturnas, Silvio Rodríguez (canción)
Flores para Hitler Leonard Cohen
Las flores de Carmela Luís Fernando García Cuéllar
Ahí te dejo esas flores Carlos Perozzo
A la sombra de una flor de Lis Mircea Eliade

    Flores del amor en los tiempos del cólera


    De todos modos iba a enviar una corona de gardenias, por si acaso Jeremiah de Saint – Amour había tenido un último minuto de arrepentimiento. (16)

    (Juvenal Urbino) Se levantaba con los primeros gallos, y a esa hora empezaba a tomar sus medicinas secretas: bromuro de potasio para levantar el ánimo, salicilatos para los dolores de los huesos en tiempo de lluvia, gotas de cornezuelo de centeno para los vahídos, belladona para el buen dormir. (16)

    Desayunaba en familia, pero con un régimen personal: una infusión de flores de ajenjo mayor… (17)

    El doctor Urbino reconoció de cerca la pesadumbre de las ciénagas, su silencio fatídico, sus ventosidades de ahogado que tantas madrugadas de insomnio subían hasta su dormitorio revueltas con la fragancia de los jazmines del patio, y que el sentía pasar como un viento de ayer que nada tenía que ver con su vida. (22)

    El portón se había abierto sin ruido, y en la penumbra interior estaba una mujer madura, vestida de negro absoluto y con una rosa roja en la oreja. (23)

    … puso en el fogón el agua para el café, se vistió de luto cerrado y cortó en el patio la primera rosa de la madrugada. (27)


    la misma ciudad ardiente y árida de sus terrores nocturnos y los placeres solitarios de la pubertad, donde se oxidaban las flores y se corrompía la sal… (28)

    Había toda clase de pájaros de Guatemala en las jaulas de los corredores, y alcaravanes premonitorios y garzas de ciénaga de largas patas amarillas, y un ciervo juvenil que se asomaba por las ventanas por comerse los anturios de los floreros (35)

    El patio era igual al claustro de una abadía, con una fuente de piedra que cantaba en el centro y canteros de heliotropos que perfumaban la casa al atardecer. (51)

    Fermina Daza estaba cambiada sin el uniforme escolar, pues llevaba una túnica de hilo con muchos pliegues que le caían desde los hombros como un peplo, y tenía en la cabeza una guirnalda de gardenias naturales que le daban la apariencia de una diosa coronada (87)

    Florentino Ariza, con una camelia blanca en el ojal de la levita, atravesó entonces la calle y se paró frente a ella. (87)

    Él le ofreció entonces la camelia que llevaba en el ojal. Ella la rechazó: “es una flor de compromiso”. (88)

    Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera. Prescribió infusiones de flores de tilo para entretener los nervios… (89)

    Fue esa la época en que cedió a las ansias de comerse las gardenias que Tránsito Ariza cultivaba en los canteros del patio, y de ese modo conoció el sabor de Fermina Daza. (93)

    Trastornado por la dicha, Florentino Ariza pasó el resto de la tarde comiendo rosas y leyendo la carta, repasándola letra por letra una y otra vez y comiendo más rosas cuanto más la leía, y a media noche la había leído tanto y había comido tantas rosas que su madre tuvo que barbearlo como a un ternero para que se tragara una pócima de aceite de ricino. (97)

    Ansioso de contagiarla de su propia locura, le mandaba versos de miniaturista grabados con la punta de un alfiler en las puntas de las camelias. (99)

    A Fermina Daza le bastó con ver la expresión de malicia radiante de la prima para que retoñara en la memoria de su corazón el olor pensativo de las gardenias blancas, antes de triturar el sello de lacre con los dientes y quedarse chapaleando hasta el amanecer en el pantano de lágrimas de los once telegramas desaforados. (121)

    La ansiedad de Fermina Daza se disipó muy pronto, porque el viento fue favorable toda la noche, y el mar tenía un olor de flores que la ayudó a bien dormir sin las correas de seguridad. (136)

    El mar parecía de ceniza, los antiguos palacios de marqueses estaban a punto de sucumbir a la proliferación de los mendigos, y era imposible encontrar la fragancia ardiente de los jazmines detrás de los sahumerios de muerte de los albañales abiertos. (149)

    - Le he dicho a su hija que está como una rosa.
    - Así es - dijo Lorenzo Daza - , pero con demasiadas espinas. (165)

    Rogaba a Dios que la centella de la justicia divina fulminara a Fermina Daza cuando se dispusiera a jurar amor y obediencia a un hombre que sólo la quería para esposa como a un adorno social, y se extasiaba en la visión de la novia, suya o de nadie, tendida bocarriba sobre las losas de la catedral con los azahares nevados por el rocío de la muerte, y el torrente de espuma del velo sobre los mármoles funerarios de catorce obispos sepultados frente al altar mayor. (201)

    El olor de Fermina Daza se fue haciendo poco a poco menos frecuente e intenso, y por último sólo quedó en las gardenias blancas. (205)

    No iba en realidad sino a lo que iba, llevando siempre el regalo único de una rosa solitaria, y desaparecía hasta la siguiente ocasión imprevisible. (245)

    Escondido en la penumbra de las lunetas, con una camelia viva latiéndole en el ojal de la solapa por la fuerza del anhelo, Florentino Ariza vio a Fermina Daza abriendo los tres sobres lacrados en el escenario del antiguo del antiguo Teatro Nacional, la noche del primer concurso. Se preguntó que iba a suceder en el corazón de ella cuando descubriera que él era el ganador de la Orquídea de Oro. Estaba seguro de que reconocería la letra, y que en aquel instante habría de evocar las tardes de bordados bajo los almendros del parquecito, el olor de las gardenias mustias en las cartas, el valse confidencial de la diosa coronada en las madrugadas del viento. (265)


    Los malos eran los de las fondas lúgubres del puerto, donde lo mismo se comía como un rey o se moría de repente en la mesa frente a un plato de rata con girasoles… (266)

    Le llamó la atención por su blancura de nácar, su fragancia de gorda feliz, su inmensa pechuga de soprano coronada por una magnolia artificial. (267)

    “Me di cuenta por la manera como le temblaba la flor de la solapa mientras abrían los sobres”. Le mostró la magnolia de peluche que tenía en la mano, y le abrió el corazón:
    - yo por eso me quité la mía – dijo. (268)

    Desde ese momento, Florentino Ariza la vio con otros ojos. También para ella pasaban los años. Su naturaleza feraz se marchitaba sin gloria, su amor se demoraba en sollozos, y sus párpados empezaban a mostrar la sombra de las viejas amarguras. Era una flor de ayer. (275)

    Pasó una esponja sin lágrimas por encima del recuerdo de Florentino Ariza, lo borró por completo, y en el espacio que él ocupaba en su memoria dejó que floreciera una pradera de amapolas. (282)

    A la vuelta de unos años los dos rosales se habían extendido como maleza por entre las tumbas, y el buen cementerio de la peste se llamó desde entonces el Cementerio de las Rosas, hasta que algún alcalde menos realista que la sabiduría popular arrasó en una noche con los rosales y le colgó un letrero republicano en el arco de la entrada: Cementerio Universal. (298)

    Vieron las murallas intactas, la maleza de las calles, las fortificaciones devoradas por las trinitarias, los palacios de mármoles y altares de oro con sus virreyes podridos de peste dentro de las armaduras.
    Volaron sobre los palafitos de las Trojas de Cataca, pintados de colores de locos, con tambos para criar iguanas de comer, y colgajos de balsaminas y astromelias en los jardines lacustres. (310)



    Era una típica casa antillana pintada toda de amarillo hasta el techo de cinc, con ventanas de anjeo y tiestos de claveles y helechos colgados en el portal, y asentada sobre pilotes de madera en la marisma de la Mala Crianza. (330)

    Hablaban muchas horas, el viejo en la hamaca con su nombre bordado en hilos de seda,lejos de todo y de espaldas al mar, en una antigua hacienda de esclavos desde cuyas terrazas de astromelias se veían por la tarde las crestas nevadas de la sierra. (364)

    El lunes, sin embargo, al llegar a su casa de la Calle de las ventanas, tropezó con una carta que flotaba en el agua empozada dentro del zaguán, y reconoció de inmediato en el sobre mojado la caligrafía imperiosa que tantos cambios de la vida no habían logrado cambiar, y hasta creyó percibir el perfume nocturno de las gardenias marchitas, porque ya el corazón se lo había dicho todo desde el primer espanto: era la carta que había esperado, sin un instante de sosiego, durante más de medio siglo. (380)

    Pero aún: Los espacios de la memoria donde lograba apaciguar los recuerdos del muerto iban siendo ocupados poco a poco pero de un modo inexorable por la pradera de amapolas donde estaban enterrados los recuerdos de Florentino Ariza. (387)

    Salió a una ciudad distinta,enrarecida por las últimas dalias de junio, y a una calle de su juventud por donde desfilaban las viudas de tinieblas de la misa de cinco. (393)


    No tenía ni el tono, ni el estilo, ni el soplo retórico de los primeros años del amor, y su argumento era tan racional y bien medido, que el perfume de una gardenia hubiera sido un exabrupto. (399)

    Así de vieja como estaba la habían escogido para recibir con un ramo de rosas a Charles Lindbergh cuando vino en su vuelo de buena voluntad… (418)

    Una mañana mientras cortaba rosas de su jardín, Florentino Ariza no pudo resistir la tentación de llevarle una en la próxima visita. Fue un problema difícil en el lenguaje de las flores por tratarse de una viuda reciente. Una rosa roja, símbolo de una pasión en llamas, podía ser ofensiva para su luto. Las rosas amarillas, que en otro lenguaje eran las flores de la buena suerte, eran una expresión de celos en el vocabulario común. Alguna vez le habían hablado de las rosas negras de Turquía, que tal vez fueran las más indicadas, pero no había podido conseguirlas para aclimatarlas en su patio.
    Después de mucho pensarlo se arriesgó con una rosa blanca, que le gustaban menos que las otras, por insípidas y mudas: no decían nada. A última hora, por si Fermina Daza tenía la malicia de darles algún sentido, le quitó las espinas.
    Fue bien recibida, como un regalo sin intenciones ocultas, y así se enriqueció el ritual de los martes. Tanto, que cuando él llegaba con la rosa blanca ya estaba preparado el florero con agua en el centro de la mesita de té. Un martes cualquiera, al poner la rosa, él dijo de un modo que pareciera casual.
    - En nuestros tiempos no se llevaban rosas sino camelias.
    - Es cierto –dijo ella-, pero la intención era otra, y usted lo sabe.
    (422)


    - En la sociedad del futuro –concluyó-, usted tendría que ir ahora al camposanto, a llevarnos a ella y a mí un ramo de anturios para el almuerzo. (426)

    Fermina Daza dio instrucciones al camarero de que la dejara dormir a su gusto, y cuando despertó había en la mesa de noche un florero con una rosa blanca, fresca, todavía sudada de rocío, y con ella una carta de Florentino Ariza con tantos pliegos como alcanzó a escribir desde que se despidió de ella. (449)

    Algunas llevaban los cabellos adornados con hermosas flores de papa que empezaban a desfallecer con el calor. (464)

    …el buque salió de la bahía con las calderas sosegadas, se abrió paso en los caños a través de las colchas de tarulla, lotos fluviales de flores moradas y grandes hojas en forma de corazón, y volvió a las ciénagas. (472)

    Citas de la Editorial Oveja negra, Colombia 1985 
    Fotografias Natalia Nievas

    Mandalas florales


    Ve un mundo en un grano de arena
    y un cielo en una flor silvestre.
    Ten el infinito en la palma de la mano
    y la eternidad en una hora

    W.Blake
    Los mándalas como representaciones simbólicas del macro y microcosmos ayudan a alcanzar a través de su forma, color, contenido (y en este caso olor) la con-ciencia de nuestra realidad interna en presencia de lo absoluto.

    El círculo, símbolo del cosmos y de la eternidad alude a la tierra, a los ciclos, a la fluidez pero a la vez al retorno; para este efecto, la flor de loto sería un mandala natural, igual que las disposiciones naturales de las inflorescencias, flores diminutas de girasoles y margaritas que forman mandalas de una exquisitez visual única.

    Si la vida discurre en una no-permanencia, en una fluidez ilusoria ¿Por qué no intentar atrapar un momento de eternidad en la estación de una flor?

    Las flores de León de Greiff


    Rojos vi y rubios, trémulos trigales
    Al beso de los vientos cariciosos!
    Sangrante de amapolas vi verde-azul eras!

    Balada del tiempo perdido

    Pero la noche sabe borrar esos rencores…
    la noche!: dulce Ofelia despetalando flores…
    la noche!: Lady Macbeth azarosa asesina!
    Tergiversaciones

    Y es el blasón soberbio de mi escudo,
    que en un campo de lutos y de hielo
    se erige como un loto vago y mudo…

    ¡Oh, la pereza!

    Para la burla de Venus veleta
    Mi corazón es el premio;
    Y mi sonrisa, 
    -flor de indiferencia-
    Para las flechas de sagitario 
    el amplio pecho, 
    y mi sonrisa,
    - Flor de cansancio -.
    Nocturno Nº 2 en mi bemol (scherzo serioso )

    Mágico espejo deslustrado, crisantemo perenne,
    Paraíso de opios y de éteres!
    Allegro non tanto

    -Parece que fuera a nevar-
    Tus manos, lánguidas y breves,
    Pareja de lirios sin par!

    Divagación nocturna

    Por el camino en caracoles y en escalas;
    Por el camino en lumbre tamizada de violetas;Por el camino en perfumes del viento que susurra;
    Por el camino en perfumes ásperos del monte; 
    Por el camino en músicas de las aguas dormidas
    Y de las aguas que se despeñan. 
    Relato de Claudio Montefavio 

    Cazador fui por la selva de los sueños bizarros:
    Ora cacé mariposas 
    de azules visos y glaucos; 
    insospechadas orquídeas; 
    garzas de plumón nevados
    Nenias

    “Esta rosa fue testigo”
    De ése, que si amor no fue,
    Ningún otro amor sería.
    Esta rosa fue testigo
    De cuando te diste mía!
    El día ya no lo sé
    -Sí lo sé, mas no lo digo –
    Esta rosa fue testigo
    Ritornelo

    La intercolumnia flor (“ser o no ser”.
    En ello está el meollo: en Elsinor lo dijo Hamlet – pésimo amador:
    Ofelia lo atestigua: intacto arder).
    Sonetines

    Con duras, finas palabras – rosas de luz, adamantes,
    sardónicas y berilios, hefastitas, crisoprasas y granates.

    Rosas de luz, peridotos, ópalos, rubíes, jades - ,
    Sonatina Alla breve

    Son esas flores céreas, las que labró el obrero…
    Vagar y divagar sin ruta y sin sendero y sin meta. 
    Solaces de pasión y pascua 

    Sólo por ver la luz en tus pupilas
    Entreabres tus párpados, oh noche!
    Oh noche de amarantos!
    Pradera de asfodelos y de lotos
    Canción nocturna


    Fotografía Marcefabi 

    Las flores de Matsuo Batsho

    Haikú de las cuatro estaciones

    Matsuo Basho (1644-1694) es considerado como el mayor poeta de haiku jamás nacido. Nació y se educó como samurai.

    En 1681 conoció al Maestro Zen Bucho del que recibiría la iniciación a la sabiduría Zen. Durante su vida utilizó varios seudónimos. Al comienzo Tosei (Melocotón Verde), más tarde lo cambió por el de Basho (plátano). El haiku, como la vida Zen, se centra en lo cotidiano y no excluye nada de su campo. Sucede aquí y ahora, sin considerar el antes o el después, y sus temas son la mayoría de las veces indefinibles.

    Mi sombrero, cubierto
    con ipomoeas.

    No lo olvides:
    caminamos por el infierno,
    contemplando flores.

    Flores de ciruelo
    la nariz, el corazón.

    Flores de cerezo, tantas,
    que mi cuello está torcido.

    Sale una abeja
    del hondo cáliz de una peonía:
    ¡Qué despedida!

    Que pudiéramos morir
    como en primavera
    las flores de cerezo
    puras y brillantes.

    ¿Por el rostro de las flores
    será intimidada la luna tenue?

    No pertenece
    ni a la noche
    ni a la mañana
    la flor del melón.
    Desde el fondo de la peonía
    de mala gana sale la abeja.

    Un leve instante
    se retrasa sobre las flores
    el claro de luna.

    Zumbidos de estorninos
    del loto caen frutos
    tormenta matinal.


    ¡De qué árbol en flor no sé
    pero qué perfume!

    El ruido de alguien
    sonándose la nariz
    ciruelo en flor.

    Por todas partes
    se precipitan las flores
    sobre el agua del lago.

    El perfume de las orquídeas
    en las alas de las mariposas
    empalaga.

    No lo dudes
    también la marea tiene flores
    bahía primaveral.



    Sólo soy un hombre
    comiendo su sopa
    ante la flor de asagao.

    Las gentes del siglo
    no contemplan las flores
    del castaño cerca del tejado.

    El crisantemo blanco
    el ojo no encuentra
    la menor impureza.



    En la luna creciente
    la tierra velada
    flor de sarraceno.


    Perfume de crisantemos
    suelas usadas en el jardín.

    Bebamos toda la noche
    para hacer un tiesto de flores
    con el tonel

    ¿Los pétalos de la rosa amarilla
    gimen y caen al oír
    el agua saltarina?

    Ni una gota de rocío
    cae del crisantemo
    helado.
     

    fotografía CC BY-SA 2.0 csoteloc

    Las Flores de Cien años de Soledad

    Aureliano sonrió,
    la levantó por la cintura con las dos manos,
    como una maceta de begonias,
    y la tiró bocarriba en la cama.
    Ligeramente volteado a estribor, de su arboladura intacta colgaban las piltrafas escuálidas del velamen, entre jarcias adornadas de orquídeas. El casco, cubierto con una tersa coraza de rémora petrificada y musgo tierno, estaba, firmemente enclavado en un suelo de piedra […] Muchos años después, el coronel Aureliano Buendía volvió a atravesar la región, cuando era ya una ruta regular del correo, y lo único que encontró de la nave fue el costillar carbonizado en medio de un campo de amapolas(Pag. 15-16).

    Habían contraído, en efecto, la enfermedad del insomnio. Úrsula, que había aprendido de su madre el valor medicinal de las plantas, preparó e hizo beber a todos un brebaje de acónito, pero no consiguieron dormir, sino que estuvieron todo el día soñando despiertos. En ese estado de alucinada lucidez no sólo veían las imágenes de sus propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los otros. (43)

    Entonces sacó el dinero (Úrsula) acumulado en largos años de dura labor, adquirió compromisos con sus clientes, y emprendió la ampliación de las casa […] y un largo corredor protegido del resplandor del mediodía por un jardín de rosas, con un pasamanos para poner macetas de helechos y tiestos de begonias.(51)

    Al abrir la cómoda y desenvolver primero los papeles y luego el lienzo protector, encontró el raso del vestido y el punto del velo y hasta la corona de azahares pulverizados por las polillas (78)
    Lo más triste de su drama era que Remedios, la bella, no se fijó en él ni siquiera cuando se presentaba a la iglesia vestido de príncipe. Recibió la rosa amarilla sin la menor malicia, más bien divertida por la extravagancia del gesto, y se levantó la mantilla para verle mejor la cara y no para mostrarle la suya. (167)

    “Es tu bisabuela, la reina – le dijo su madre en las treguas de la tos -. Se murió de un mal aire que le dio al cortar una vara de nardos” (175)

    Una mañana, mientras podaban las rosas, Fernanda lanzó un grito de espanto e hizo quitar a Meme del lugar en que estaba, y que era el mismo del jardín donde subió a los cielos Remedios, la bella. (239)

    No miró a través de la ventanilla ni siquiera cuando se acabó la humedad ardiente de las plantaciones, y el tren pasó por la llanura de amapolas donde estaba todavía el costillar carbonizado del galeón español, y salió luego al mismo aire diáfano y al mismo mar espumoso y sucio donde casi un siglo antes fracasaron las ilusiones de José Arcadio Buendía. (246)


    Lo malo era que la lluvia lo trastornaba todo, y las máquinas más áridas echaban flores por entre los engranajes sino se les aceitaba cada tres días, y se oxidaban los hilos de los brocados y le nacían algas de azafrán a la ropa mojada. (264)

    … llevando en una mano el bastón de carreto y en la otra una corona de flores de papel descoloridas por la lluvia. (267)

    … luego el coronel Aureliano Buendía, que en paz descanse, tuviera el atrevimiento de preguntar con su mala bilis de masón de dónde había merecido ese privilegio, si era que ella no cagaba mierda, sino astromelias, imagínense con esas palabras, y para que Renata, su propia hija, que por indiscreción había visto sus aguas mayores en el dormitorio, contestara que de verdad la bacinilla era de mucho oro y de mucha heráldica, pero que lo que tenía dentro era pura mierda, mierda física, y peor todavía que las otras porque era mierda de cachaca… (271)


    Aureliano segundo perdió el dominio. Se incorporó sin prisa, como si sólo pensara estirar los huesos, y con una furia perfectamente regulada y metódica fue agarrando uno tras otro los tiestos de begonias, las macetas de helechos, los potes de orégano, y uno tras otro los fue despedazando contra el suelo. (272)

    Hundido hasta el cuello en una ciénaga de ramazones muertas y flores podridas, volteó al derecho y al revés el suelo del jardín… (275)

    En los pantanos de las calles quedaban muebles despedazados, esqueletos de animales cubiertos de lirios colorados, últimos recuerdos de las hordas de advenedizos que se fugaron de Macondo tan atolondradamente como habían llegado. (275)

    El único rastro humano que dejó aquel soplo voraz, fue un guante de Patricia Brown en el automóvil sofocado por las trinitarias (276)


    Pero José Arcadio le anunció por esa época desde Roma que pensaba ir a Macondo antes de hacer los votos perpetuos, y la buena noticia le infundió tal entusiasmo, que de la noche a la mañana se encontró regando las flores cuatro veces al día para que su hijo no fuera a formarse una mala impresión de la casa. Fue ese mismo incentivo el que la indujo a apresurar su correspondencia con los médicos invisibles, y a reponer en el corredor las macetas de helechos y orégano, y los tiestos de begonias,mucho antes de que Úrsula se enterara de que habían sido destruidos por la furia exterminadora de Aureliano Segundo. (281)

    Santa Sofía de la Piedad tuvo la certeza de que la encontraría muerta de un momento a otro, porque observaba por esos días un cierto aturdimiento de la naturaleza: que las rosas olían a quenopodio, que se le cayó una totuma de garbanzos y los granos quedaron en el suelo en un orden geométrico perfecto y en forma de estrella de mar, y que una noche vio pasar por el cielo una fila de luminosos discos anaranjados. (286)

    Llevaba un traje de seda rosada con un ramito de pensamientos artificiales en el broche del hombro izquierdo; los zapatos de cordobán con tablillas y tacón bajo, y las medias satinadas con ligas elásticas en las pantorrillas. (294)


    Una mañana vio que las hormigas coloradas abandonaron los cimientos socavados, atravesaron el jardín, subieron por el pasamanos donde las begonias habían adquirido un olor de tierra, y entraron hasta el fondo de la casa. (300)

    Aureliano y Fernanda no compartieron la soledad, sino que siguieron viviendo cada uno en la suya, haciendo la limpieza del cuarto respectivo, mientras la telaraña iba nevando los rosales, tapizando las vigas, acolchonando las paredes. (301)

    Desbandó las hormigas coloradas que ya se habían apoderado del corredor, resucitó los rosales, arrancó las malezas de raíz, y volvió a sembrar helechos, oréganos y begonias en los tiestos del pasamanos. (315)

    Gastón no sólo era un amante feroz, de una sabiduría y una imaginación inagotables, sino que era tal vez el primer hombre en la historia de la especie que hizo un aterrizaje de emergencia y estuvo a punto de matarse con su novia sólo por hacer el amor en un campo de violetas. (318)

    En los corrales de alambre que rodeaban la pista de baile, y entre grandes camelias amazónicas, había garzas de colores, caimanes cebados como cerdos, serpientes de doce cascabeles, y una tortuga de concha dorada que se zambullía en un minúsculo océano artificial. (329)

    Aureliano sonrió, la levantó por la cintura con las dos manos, como una maceta de begonias, y la tiró bocarriba en la cama. (330)

    Las mulatas vestidas de negro, pálidas de llanto, improvisaban oficios de tinieblas mientras se quitaban los aretes, los prendedores y las sortijas, y los iban echando en la fosa, antes de que la sellaran con una lápida sin nombre ni fechas y le pusieran encima un promontorio de camelias amazónicas. (333)

    Herido por las lanzas mortales de las nostalgias propias y ajenas, admiró la impavidez de la telaraña en los rosales muertos, la perseverancia de la cizaña, y la paciencia del aire en el radiante amanecer de febrero. (345)

    Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces. (346)

    Todas las citas son de la editorial Oveja Negra, Biblioteca de Literatura Colombiana, Bogotá: 1984

    Plantas mágicas y medicinales del pueblo Colombiano


    Es muy significativo que cuando vamos a una fonda campesina, encontremos detrás de la puerta la mata de sábila, o que cuando vamos a un jardin campesino hallemos plantas como la yerbabuena, el romero, la altamisa, el paraiso, la yerbasanta, el paico, el floripondio y otras. Para fortalecer la felicidad en el hogar, los campesinos acostumbran sembrar el mirto, y si quieren que sus hijas se casen pronto no siembren por ninguna parte flores de hortensia. son plantas de mala suerte la espuma de mar, el henequén, el tamarindo, las cintas y otras.

    Tomado de:
    Ocampo López Javier (2005). Supersticiones y agüeros colombianos. Bogotá: Nomos S.A (Pág. 209)
    Fotografía Pedro Genaro

    Las flores juveniles de R.M Rilke


    Título: Cactus en flor. Para ver más de Clic

    nosotros
    mismos somos el ansia
    que se eleva en las flores


    POESIAS JUVENILES
    (1897 - 1898)

    (Fragmento)
    ...
    No he de extender la mano hacia la pura vida
    ni preguntar a nadie por el extraño día:
    siento que llevo blancas floraciones
    que en el frescor sus cálices levantan.


    ...
    Soy sólo aquél que el séquito comienza,
    y a quien los dones no se dirigían:
    hasta que lleguen los aún más dichosos,
    leves formas calladas.:.
    todas las rosas se desplegarán
    como rojas banderas en el viento.


    ...
    No debes comprender la vida:
    como una fiesta se hará entonces.
    Haz que lo pase cada día
    igual que un niño, al caminar,
    deja que cada ráfaga
    le regale mil flores
    .

    Sin título. Para ver más de Clic

    ORACIONES DE LAS MUCHACHAS A MARIA (Fragmento)
    ...
    Mira, son tan estrechos nuestros
    días, y temeroso el cuarto .
    de la noche; todas deseamos
    desmañadas, la rosa
    roja.
    ...
    Nuestras madres están ya fatigadas:
    y cuando con temor las apremiarnos
    dejan caer las manos,
    creyendo oír sonidos a lo lejos:
    ¡también nosotros hemos florecido
    !
    ...
    Yo crezco en su silencio,
    querría florecer con muchas ramas,
    tan sólo para entrar con todo en corro
    en la única armonía...

    ...
    Estamos angustiosamente solos;
    sólo nos apoyamos uno en otro;
    cada palabra se hace como un bosque
    ante nuestro peregrinar.
    Nuestro querer es solamente el viento,
    que nos oprime y gira; pues nosotros
    mismos somos el ansia
    que se eleva en las flores
    .

    Título: Crisantemos. Para ver más fotografias de Clic

    ...
    ¿Te llamaré subida o hundimiento?
    Pues temo a la mañana algunas veces
    y echo la mano, tímido, al rojo de sus rosas,

    y en sus flautas una angustia presiento
    por días que son largos y sin cánticos.
    ...
    No temas si son viejos también los crisantemos,
    y la tormenta esparce a la selva marchita
    en la indiferencia del mar:
    pues la belleza brota desde esa forma estrecha:
    con violencia suave ha madurado y
    rompe el antiguo recipiente.

    Flor y Cronopio



    Imagen de Hans Braxmeier en Pixabay

    Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz. La flor piensa: “Es como una flor”.

    Julio Córtazar

    Las flores de Quevedo

    Con ejemplos muestra a Flora la brevedad de la hermosura, para no malograrla
    la ostentación lozana de la rosa,
    deidad del campo, estrella del cercado,

    el almendro en su propia flor nevado,
    que anticiparse a los calores osa:

    reprensiones son, ¡OH Flora!, mudas
    de la hermosura y la soberbia humana,
    que a las leyes de flor está sujeta.


    Compara el discurso de su amor con el de un arroyo
    Torcido, desigual, blando y sonoro,
    te resbalas secreto entre las flores,

    hurtando la corriente a los calores,
    cano en la espuma, y rubio como el oro.

    A Aminta, que teniendo un clavel en la boca, por morderle se mordió los labios, y salió sangre
    Bastábale al clavel verse vencido
    del labio en que se vio, cuando esforzado
    con su propia vergüenza lo encarnado,
    a tu rubí se vio más parecido.

    Sin que en tu boca hermosa dividido
    fuese de blancas perlas granizado,
    pues tu enojo, con él equivocado,
    el labio por clavel dejó mordido.

    Sangre vertió tu boca soberana,
    porque roja victoria amaneciese,
    llanto al clavel, y risa a la mañana.

    A Flori, que tenía unos claveles entre el cabello rubio
    Al oro de tu frente unos claveles
    veo matizar, cruentos, con heridas;
    ellos mueren de amor, y a nuestras vidas
    sus amenazas les avisan fieles.

    Rúbricas son piadosas, y crueles,
    joyas facinerosas, y advertidas,
    pues publicando muertes florecidas,
    ensangrientan al sol rizos doseles.


    Mas con tus labios quedan vergonzosos
    (que no compiten flores a rubíes)
    y pálidos después, de temerosos. 

    Las gracias de la que adora son ocasión de que viva y muera al mismo tiempo
    Ese color de rosa y de azucena,
    y ese mirar sabroso, dulce, honesto,
    y ese hermoso cuello, blanco, enhiesto,
    y boca de rubís, y perlas llena.

    Esa rica y hermosa primavera,
    cuyas flores de gracias y hermosura,
    ofenderlas no puede el tiempo airado...

    Lisi, que en su cabello rubio tenía sembrados claveles carmesíes, y por el cuello
    Huye de mí cortés y desdeñosa,
    sígate de mis ojos la corriente,
    y, aunque de paso, tanto fuego ardiente
    merézcate una hierba y una rosa.

    Rizas en ondas ricas del rey Midas,
    Lisi, el tacto precioso cuanto avaro;
    arden claveles en tu cerco claro,
    flagrante sangre, espléndidas heridas.

    Minas ardientes al jardín unidas
    son milagro de amor, portento raro;
    cuando Hibla matiza el mármol paro,
    y en su dureza flores ve encendidas.

    Esos, que en tu cabeza generosa,
    son cruenta hermosura, y son agravio
    a la melena rica y victoriosa,

    dan al claustro de perlas en tu labio
    elocuente rubí, púrpura hermosa,
    ya sonoro clavel, ya coral sabio.

    Fragmentos tomados de:

    Antologia poetica, Francisco de Quevedo
    http://www.librodot.com

    Fotografía  BeatrizVidal

    Flores Navideñas


    Las rosas de navidad

    A veces se llaman la Nieve o la rosa del Invierno. florecen durante la estación de invierno en las montañas de Europa Central.
    Según leyendas la flor Navideña esta vinculada con el nacimiento de Cristo y una doncella modesta de pastor que se llamaba Madelon. Madelon estaba poniendo su oveja en una tienda de campaña una noche fría e invernal, mientras los hombres sabios y otros pastores pasaron por el campo nevado con sus regalos para el Niño Jesús. Los hombres sabios llevaban los regalos ricos de oro, mirra e incienso y los pastores, frutas y miel. Madelon empezó a llorar, no tenía nada para ofrecer al bebé Cristo, ni una flor sencilla. Un ángel pasaba por allí y vio su aflición. Él desechó la nieve de sus pies revelando la flor blanca más hermosa salpicada de rosado - Que era nada más que la rosa de navidad.

    El Acebo

    El acebo es una de las Flores importantes Navideñas. Esta flor no sólo esta asociada con el cristianismo, sino que se considera como un símbolo de buena suerte tanto en el Islam como en la cultura romana. Durante siglos, el acebo ha sido el tema de mitos, leyendas, y observancias acostumbradas. Generalmente esta Flor Navideña esta asociada con la masculinidad y buena suerte. Se usa para la decoración, y se considera símbolo deñ placer que producen los pensamientos de celebración y la buena comida.

    Hiedra

    La hiedra es una Flor importante de Navidad por sus características: se adhiere; prospera en la sombra; y es de hoja perenne. Se relaciona con el amor verdadero, la fidelidad – tanto en el matrimonio como en la amistad.
    Muérdago
    El muérdago es una flor Navideña cuyo origen remonta al origen Pagano. Los sacerdotes druidas usaron esta flor Navideña doscientos años antes del nacimiento de Cristo en sus celebraciones de invierno. Ellos reverenciaron la flor ya que no tenía raíces y aún así, permanecía verde durante los meses fríos de invierno. Los celtas creyeron que el muérdago tenía poderes de curación mágicos y lo usaron como antídoto para el veneno, la infertilidad, y alejar malos espíritus. Esta planta de flor Navideña también se considera símbolo de paz. Se cree que los que se besan bajo el muérdago durante la Navidad tienen la promesa de felicidad y buena suerte en el año siguiente.

    Poinsettia

    Se considera la Poinsettia como una flor importante de Navidad. Hay varias leyendas e historias relacionadas con la flor. Las Poinsettias son nativas de México. fueron llamadas así por el primer embajador que vino de América Joel Poinsett, quien las llevó a América en 1828.
    Los mexicanos del siglo XVIII pensaron que las plantas eran simbólicas de la Estrella de Belén. Por lo que se asocian a la estación Navideña.

    Las rosas de Anacreonte



    De la rosa

    con la estación alegre
    de flores coronada,
    cantemos, dulce amiga,
    las rosas delicadas.

    La rosa de los labios
    divinos es el ámbar,
    la rosa es regocijo
    de las humanas almas.

    La rosa es el adorno
    de las risueñas Gracias,
    que en la estación de amores
    con ella se engalanan.

    De Cipris es recreo,
    asunto de mil fábulas,
    y del castillo coro
    la predilecta planta.

    ¡Qué gusto arriesgarse
    por cogerla entre zarsas!
    ¡Qué gusto entre las manos
    saborear su fragancia!

    En mesas y orgías
    la rosa es necesaria
    Cual la luz; que no hay gusto
    donde las rosas faltan.

    Los brazos de las ninfas
    y los dedos del alba
    son de rosa, y a Venus
    rósea los vates llaman.

    La rosa cura enfermos,
    sepulcros embalsama,
    vence al tiempo, que siempre
    su olor juvenil guarda.

    Digamos ya su origen:
    cuando la mar salda
    de su bullente espuma
    parió a la hermosa pafía;

    Cuando de su cerebro,
    de punta en blanco armada,
    Jove parió a Minerva,
    que al vasto olimpo espanta.

    Brotó el rosal primero,
    Cibeles emulada,
    cuajando de pimpollos
    las ramas delicadas.

    Los inmortales dioses
    aplauden y lo bañan
    con el bermejo néctar
    porque las rosas nazcan.

    Y entonces entre espinas
    se desplegó gallarda
    del adorable Baco
    la flor más apreciada.



    Las rosas

    Derramemos el vino
    sobre las frescas rosas
    que es la flor de los amores.
    Apuremos las copas
    ciñendo nuestras sienes
    con floridas coronas.

    Entre todas las flores
    la más bella es la rosa:
    ríe la primavera
    al perder su corola:
    con ella se complacen
    los dioses, y ella adorna
    del hijo de la diosa Citerea
    la cabellera blonda
    cuando va con las Gracias
    danzando en las praderas olorosas.

    ciñamos nuestras sienes ¡Oh Dionisios!
    con floridas coronas,
    y yo cantando al eco de la lira,
    danzaré ante las aras con la moza
    de más alivio seno, coronado
    de guirnaldas de rosas.

    De sí mismo (fragmento)

    Sobre los verdes mirtos recostado
    quiero brindar, y sobre tiernos lotos,
    y que el Amor, con una cinta al pelo recogido,
    escancie el vino en mi profunda copa.

    (…)
    ¿Para qué entonces derramar ungüentos
    sobre la tierra helada? ¿De qué sirve
    libar sobre la tierra que nos cubre?
    Mejor úngeme ahora, coróname de rosas perfumadas
    y haz que se acerque la mujer que adoro…

    La fiesta (fragmento)

    Apuremos los vasos
    ciñéndonos las sienes
    de coronas de rosas.
    Una gentil doncella
    de blancos pies ligeros
    danzará sobre las flores
    al compás de la lira,
    agitando en el aire
    los tirsos enlazados
    con guirnaldas de hiedra,
    y un hermoso mancebo
    de cabellos de oro
    de cítara armoniosa
    tañerá, mientras dulce
    brota de sus labios.


    Del muro (fragmento)

    El importuno Eros,
    azotando mi rostro
    con olorosa rama de jacintos,
    me mandaba correr tras de sus pasos.

    Del amor y la abeja (fragmento)
    No vio cupido una abeja
    que, escondida entre unas rosas,
    para labrar su colmena
    ingeniosamente roba.


    de un vaso de plata (fragmento)

    Fabrícame, maestro,
    fabrícame una taza,
    y el alegre verano
    por sus paredes graba;

    el verano, que cría,
    mil rosas y guirnaldas,
    y haz que el licor exprese
    la reluciente plata
    Imagen de Bessi en Pixabay