La temperatura era agradable, el café me había recalentado y por la puerta abierta entraba el aroma de la noche y de las flores.(14)
Miré el campo a mi alrededor. A través de las líneas de cipreses que aproximaban las colinas al cielo, de aquella tierra rojiza y verde, de aquellas casas, pocas y bien dibujadas, comprendía a mi madre. (21)
Hubo también la iglesia y los aldeanos en las aceras, los geranios rojos en las tumbas del cementerio[…] (23)
Sobre las higueras que bordeaban la calle el cielo estaba límpido, pero sin brillo. (29)
Se adivinaban sus senos firmes, y el tostado del sol le daba un rostro de flor. (43)
La playa no queda lejos de la parada del autobús, pero tuvimos que cruzar una pequeña meseta que domina el mar y que baja luego hacia la playa. Estaba cubierta de piedras amarillentas y de asfódelos blanquísimos que se destacaban en el azul, ya firme, del cielo. María se entretenía en deshojar las flores, golpeándolas con el bolso de hule.(60)
María recogió algunos lirios de roca. Desde la pendiente que bajaba hacia el mar vimos que había ya bañistas en la playa. (61)
Pensé a menudo entonces que si me hubiesen hecho vivir en el tronco de un árbol seco, sin otra ocupación que la de mirar la flor del cielo sobre la cabeza, me habría acostumbrado poco a poco. (88-89)
fragmentos tomados de: Camus, Albert. El Extranjero.143 p.
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