Flores y hadas

El perfume es el alma de las flores, y cuando nos impregnamos de su olor, perpetuamos la memoria de su efímera existencia. Por alguna cosa se afirma que los perfumes tienen algo de inmortalidad… como las hadas que, sin duda, en los alambiques mágicos elaboran esencias aromáticas que luego esparcen por el mundo. El recuerdo de vidas tan efímeras se eterniza en el alma de cada familia floral, que en el mundo invisible de perfumes y vibraciones etéreas pertenece al dominio de las hadas. De ahí que cada una de las distintas especies tenga su significación mágica y su leyenda.

Se dice que las PRÍMULAS hacen visible lo invisible. Así es que si alguien quiere ver a las hadas, sólo tiene que comer un manojo de estas flores de primavera. Más aún, constituyen una llave de oro para abrir el camino de las hadas y para hallar los tesoros escondidos por ellas.


Las MARGARITAS son, al mismo tiempo, símbolo de inocencia y olvido, pero también se las considera oráculos del amor cuando al deshojarlas se alterna la fórmula: me quiere, no me quiere…, para quedarse con la última frase correspondiente al último pétalo como respuesta del destino. En Irlanda se dice que las margaritas son como una lluvia que, desde el cielo, las almas de los niños vierten en la tierra. Hay quienes afirman que son las lágrimas de María Magdalena, suyo arrepentimiento se trueca en olvido al transformarse en flores.

Las hadas regalan NOMEOLVIDES como ofrenda propicia al amor sincero y a la fidelidad. Según una antigua leyenda, una pareja de enamorados paseaba a orillas de un río. La doncella se quedó embelesada ante unas florecitas azules con una pequeña estrella áurea en el centro, porque veía en ellas como espejos diminutos del cielo. El caballero, entonces, quiso regalarle un ramillete, pero al querer recoger las flores, resbaló y cayó a la corriente impetuosa, que lo arrastró sin remedio. Antes de caer, sin embargo, alcanzó a arrojar las flores a la orilla, y desapareció diciendo en un grito ahogado por la violencia de las aguas: No me olvides… No me olvides.



La dulce fragancia del ALHELÍ también está impregnada de connotaciones trágicas y amorosas. Una leyenda escocesa explica por qué el alhelí crece junto a los muros solitarios de viejos castillos abandonados. La hija de un rey, prometida de un príncipe, amaba a un joven noble, Éste, vestido de juglar, se introdujo en los jardines del castillo y dedicó ala princesa un romance un romance en el que veladamente le transmitía un plan de fuga.Ella respondió que aceptaba tirándole con disimulo un alhelí. La noche señalada para la fuga, cuando se disponía a bajar desde su balcón para entregarse a su amado que la esperaba junto al muro, se rompió la cuerda y ella cayó. Su cuerpo exánime se transformó en una planta de alhelí, cuyas flores siguen llamando al enamorado con su perfume.



Las florecitas del DIGITAL son usadas por las hadas, unas veces como guantes, otras como pequeños sombreros. Hay quienes las llaman dedal de los duendes, porque obran como tónico cardíaco ya que fortalecen el corazón ante la gran agitación que produce la cercanía de la gente menuda. Esta planta crece en bosques de robles y entre rocas y peñascos. Sus propiedades varían dependiendo de las horas del día. Según las recetas de las hadas, hay que recoger las hojas durante las primeras horas de la tarde, dejarlas secar y conservar en frascos de cristal.

Uno de los nombres más frecuentes que se la da al PENSAMIENTO en los campos ingleses es el de alivio del corazón, aunque también se le llama flor tricolor o amor ocioso. Lo cierto es que a estas flores las aman tanto los humanos como las hadas. Shakespeare, en El sueño de una noche de verano, muestra a Oberón preparando sus filtros de amor con estas flores, que vierte después en los párpados de Titania, conjurándola a qué, al despertar, se enamore del primer ser que vean sus ojos. Así es que se enamora con locura de Bottom, el tejedor hechizado, que tiene una cabeza de asno.

Tomado de: Vida, secretos y costumbres del mundo encantado de las hadas. Teresa, Martín. Ed. Óptima, 2003.

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