Las flores en la poesía española II

Desde siempre la poesía, la lírica, ha escogido distintos símbolos para reflejar estados de ánimo y sentimientos y, precisamente por ello, las flores suelen acompañar con su presencia multitud de poemas. Las flores y su uso que ya se pueden considerar como tópicos literarios en muchos poemas, con una larga tradición sus espaldas. De una manera que nunca será exhaustiva vamos a tratar de centrar algo más el papel de las flores en la poesía española.La rosa debe ser una de las más evocadas por su belleza, pero también porque es efímera y a menudo sirve de advertencia a aquellos que creen que lo mundanal ha de durar, cuando es justo lo contrario. La azucena o las flores de azahar son indicadoras de pureza, de candor, de virginidad al lado de los lirios o de la flor del alhelí o los nardos. La violeta o la amapola como humildes presencias, cada una en su territorio, una en jardines y otra de manera salvaje, casi descuidada. La margarita como señal de los estados de ánimo volubles o infinidad de flores que aportan alegría, tristeza, melancolía, dramatismo o ternura a los poemas.
EDAD MEDIA
Si volvemos la mirada atrás, en una ejemplificación rápida ya Gonzalo de Berceo en su Introducción alegórica a los Milagros de Nuestra Señora describe un lugar deleitoso cuajado de flores:
"La verdura del prado, la olor de las flores,
las sombras de los árboles de tempranos sabores
refrescaron me todo, e perdí los sudores
podrie vevir el omne con aquellos olores".

La poesía popular medieval, que se recoge en los "Cancioneros", no deja de incluir el saber popular y la referencia a las flores como elementos que se pueden identificar claramente con el amor y su cortejo:
"Lindas son rosas y flores,
más lindos son mis amores".
"Ya florecen los árboles, Juan:
¡mala seré de guardar!
Ya florecen los almendros
Y los amores con ellos
Juan,
Mala seré de guardar.
Ya florecen los árboles, Juan:
¡mala seré de guardar!"
En los Romances, ya a finales de la Edad Media, la alusión a flores, a árboles, a elementos vegetales no es infrecuente. Sin ir más lejos allí tenemos los espléndidos versos del "Romance del Conde Olinos", que nos hablan del amor poderoso más allá de la muerte:
"De ella nació un rosal blanco,
de él nació un espino albar,
crece el uno, crece el otro,
juntos se van a abrazar".
En las "Serranillas", el marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza, recrea también un escenario propicio para estas muchachas bellas y gráciles. Leemos en "La moçuela de Bores":
"Mas vi la fermosa
de buen continente,
la cara plaziente,
fresca como rosa,
de tales colores
cual nunca vi dama,
nin otra, señores".
RENACIMIENTO
Garcilaso de la Vega, en el Renacimiento, emplea la rosa, una de las flores más aludidas de todos los tiempos, para recordarnos que todo es efímero y que vivamos la vida la juventud, sobre todo, las mujeres; además de comparar el color de su dama con el de la azucen por su especial blancura:
"Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre"
Y Fray Luis de León, a manera franciscana y con falsa modestia, todo hay que decirlo, opinaba que sus "poemas eran florecillas que se le cayeron de las manos", aunque, bien es cierto que se trata de una poesía muy trabajada. Así, en la "Oda a la Vida retirada", influida por Horacio, pondera la vida alejada del "mundanal ruido", es decir un beatus ille y, en una de las liras, leemos:
"Del monte en la ladera
por mi mando plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto".
Aún en el S. XVI, San Juan de la Cruz, el gran místico español, en el "Cántico espiritual", mediante una ambientación bucólica, intenta explicar la vía unitiva; esto es, la unión del Alma con Cristo. De este modo dice la Esposa:
"Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras".
En otro momento añade, ya cuando se ha encontrado con el Esposo:
"Nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mi escudos de oro coronado".
Y en pleno diálogo amoroso, culmina:
"¡Oh ninfas de Judea,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales
y no queráis tocar nuestros umbrales..."
BARROCO
Los poetas barrocos -Góngora, Quevedo...- fueron más lejos y, llevados de su pesimismo que no era otro que el de la época, mostraron la rosa y las demás flores -clavel, alhelí...- como símbolo de la propia vida, que es polvo, humo, nada; como símbolo de las glorias mundanas que no nos trascienden, aunque Góngora es capaz de aunar las dos caras, la más festiva y alegre, con sus letrillas, y aquella otra pesimista y dura con sus poemas severos:
"Las flores del romero,
niña Isabel,
hoy son flores azules,
mañana serán miel".
(Góngora)
"Flor es el jazmín, si bella,
no de las más vividoras,
pues dura pocas horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
la flor que él retiene en sí.
Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y sombra mía aun no soy".
(Góngora)
"Goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue tu edad dorada
oro, lilio, clavel luciente,
no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Góngora en "Prevención ante el Amor", un magnífico soneto, advierte a los amantes sobre los peligros del amor, porque entre las flores puede esconderse la serpiente:
"Amor está, de su veneno amado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas, que a la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno;
Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora.
Y sólo del Amor queda el veneno".
Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios, escribió poesía y hay muchos poemas populares que se le atribuyen y en los que destacan también la presencia de plantas y flores, puesto que se pondera la vida rural:
"A la viña viñadores,
que sus frutos de amores son;
a la viña tan garrida,
que sus frutos de amores son;
ahora que está florida,
que sus frutos de amores son,
a las hermosas convida
con los pápanos y flores:
a la viña, viñadores,
que sus frutos amores son".
O un "Cantar de siega" en donde habla del color de la piel de las mujeres que trabajan en el campo, que empiezan siendo blancas -azucena, dice aquí- y acaban siendo morenas, cuando el ideal de belleza de la época era el color pálido, que indicaba que la mujer poco trabajaba en menesteres campesinos:
"Mi edad al amanecer
era lustrosa azucena;
diome el sol y ya soy morena".
ILUSTRACIÓN
Los ilustrados en el S. XVIII no consideraban que la poesía fuese un negocio serio ya que sus afanes iban por otros derroteros, como cambiar el país y modernizarlo. Sin embargo, la poesía didáctica, moralizante, ejemplificadora también echa mano de las flores. Así José Antonio Porcel en "Fábula de Alfeo y Aretusa" dice, describiendo a la ninfa:
"No ilustró del Taigeto la escabrosa
cumbre ninfa más bella, pues la frene
en cada estrella vence luminosa
los ojos, que abre el cielo transparente;
de cuanto en sus mejillas mezcla hermosa
hizo con el jazmín, clavel ardiente,
queda un, que en dos hojas se señala,
que encierra perlas, y ámbares exhala."
Gaspar Melchor de Jovellanos empieza la "Epístola a Batilo" de esta manera:
"Verdes campos, florida y ancha vega,
donde Bernesga próvido reparte
su onda cristalina; alegres prados...".
Ahora bien, los autores deciochescos son más prácticos y a menudo ven más el fruto que las flores. Samaniego en "La zorra y las uvas" así lo explica:
"Cansábala mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas".
José Iglesias de la Casa en "La rosa de abril" escribe una letrilla en donde esta rosa simboliza la juventud efímera:
"Zagalas del valle,
que al prado venís
a tejer guirnaldas
de rosa y jazmín,
parad en buen hora
y al lado de mí
mirad más florida
la rosa de abril".
Juan Meléndez Valdés escribe anacreónticas en donde pondera el goce de los sentidos. Lo leemos en la "Oda De is niñeces":
"Siendo yo niño tierno,
con la niña Dorila
me andaba por la selva
cogiendo florecillas,
de que alegres guirnaldas
con gracia peregrina,
para ambos coronarnos,
su mano disponía."
En "El amor mariposa" compara el amor con una mariposa que va de flor en flor:
"Ya en el valle se pierde,
ya en una flor se para,
ya otra besa festivo,
y otra ronda y halaga".
En "La paloma de Filis" compara el regazo de la dama con las azucenas y él bien quisiera reposar allí como una palomita:
"Inquieta palomita,
que vuelas y revuelas
desde el hombro de Filis
a su hala de azucenas;
si yo la inmensa dicha
que tú gozas, tuviera,
no de lugar mudara,
ni fuera tan inquieta".
ROMANTICISMO
En el Romanticismo, las flores, los vergeles aparecen para ilustrar múltiples poemas, sobre todo aquellos que aluden a Al-Andalus, como pueden ser las Orientales de Zorrilla, llenas de ritmo y magia.

"Tengo un palacio en Granada,
Tengo jardines y flores,
Tengo una fuente dorada
Con más de cien surtidores"
La búsqueda romántica es irrealizable, operan en el vacío, se sienten desposeídos; de ahí que, por ejemplo, Novalis, aunque no sea un poeta español, ande buscando la flor azul.
Hermosa es, sin duda la composición de Juan Eugenio Hartzenbusch "La Flor No me olvides" donde recrea el origen legendario de esta flor:
"Una flor azul celeste
vio flotar sobre las aguas,
y con un tierno suspiro
dijo entre sí estas palabras:
"¡Flor infeliz, de una vida
que ser no pudiera larga,
bien temprano te despojan
esas olas inhumanas!".
José de Espronceda en el Canto a Teresa, recuerda su gran amor por Teresa Mancha que ya ha muerto y lo plasma en octavas reales, en alguna escoge las flores como imagen poética con la que identifica a la amada:
"Que yo como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay! Al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía
Yo, inocente también, ¡oh! Cuán ufana
Al provenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor con cuanto anhelo,
Pensé contigo remontarme al cielo!"
Gertrudis Gómez de Avellaneda en "A él" se ve a sí misma como una flor, la flor de su juventud:
"Melancólico fulgor
Blanca luna repartía,
Y el aura leve mecía
Con soplo murmurador
La tierna flor que se abría"
Enrique Gil y Carrasco escribe un largo poema, "La violeta" en el que identifica su soledad, su propio estado de ánimo con una violeta:
"Tú allí crecías olorosa y pura
Con tus moradas hojas de pesar;
Pasaba entre la yerba tu frescura,
De la fuente al confuso murmurar".
Carolina Coronado dedica un poema a la "Rosa blanca" en el que nos habla delo efímero de la vida y del papel de los poetas:
"La luz del día se apaga;
Rosa blanca, sola y muda,
Entre los álamos vaga
De la arboleda desnuda,"
(...)
"El poeta, "suave rosa"
Llamóla, muerto de amores...
¡El poeta es mariposa
Que adula todas las flores!
Bella es la azucena pura,
Dulce la aroma olorosa,
Y la postrera hermosura
Es siempre la más hermosa".
Gustavo Adolfo Bécquer no podía ser ajeno a las flores y plantas en sus Rimas habla de "azules campanillas, violetas y azucena tronchada" y también, en unos célebres versos de que la naturaleza nunca es la misma porque todo pasa:
"Volverán las tupidas madreselvas
De tu jardín las tapias a escalar
Y otra vez a la tarde aún más hermosas
Sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
Cuyas gotas mirábamos temblar
Y caer como lágrimas del día...
Esas... ¡no volverán!"
Rosalía de Castro tampoco se olvida de las flores ni de que las rosas tienen espinas:
"En su cárcel de espinos y rosas
Cantan y juegan mis pobres niños,
Hermosos seres desde la cuna
Por la desgracia ya perseguidos".

Fotografía  Don Rulfo

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