Despetalando las flores del mal

Al lector

Ya lo dice el poeta Héctor Escobar: hay que volver a Baudelaire, regar sus flores. Despetalar sus versos en alusión al título es, sin embargo, una lectura poco habitual. En esta oportunidad, querido lector, le invito a centrar su atención en ellas. Embriáguese de estas flores, huellas del spleen y la genialidad. Deténgase y escuche con atención ¡el lenguaje de las flores y de las cosas mudas!



Elevación
¡Aquel cuyos pensamientos, cual alondras,
Hacia los cielos matutinos tienden un libre vuelo!
¡Que se cierna sobre la vida, y alcance sin esfuerzo
El lenguaje de las flores y de las cosas mudas!
 
El de la mala suerte
(El artista ignorado)
Mas de una flor despliega con pesar
Su perfume dulce como un secreto
En las soledades profundas.

El ideal
Le dejo a Gavarni, poeta de clorosis,
Su tropel gorjeante de beldades de hospital,
Porque no puedo hallar entre esas pálidas rosas
Una flor que se parezca a mi rojo ideal.

Una carroña
¡Sí! así estarás, oh reina de las gracias,
Después de los últimos sacramentos,
Cuando vayas, bajo la hierba y las floraciones crasas,
A enmohecerte entre las osamentas.



Un fantasma
(2)
El perfume
¡Encanto profundo, mágico, con que nos embriaga
En el presente el pasado revivido!
Así el amante sobre un cuerpo adorado
Del recuerdo recoge la flor exquisita.

Armonía de la tarde
He aquí que llega el tiempo en que vibrante en su tallo
Cada flor se evapora cual un incensario;
Los sonidos y los perfumes giran en el aire de la tarde,
¡Vals melancólico y lánguido vértigo!

La invitación al viaje
Muebles relucientes,
Pulidos por los años,
Decorarian nuestra alcoba;
Las mas raras flores
Mezclando sus olores
Al vago aroma del ámbar
Los ricos artesonados,
Los espejos profundos,
El esplendor oriental,
Todo alli hablaria
Al alma en secreto
Su dulce lengua natal.

Moesta et Errabunda
Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,
 
las carreras, las canciones, los besos, los ramilletes,
Los violines vibrando detrás de las colinas,
Con los jarros de vino, de noche, entre las frondas,
—Pero, el verde paraíso de los amores infantiles



Spleen
(II)
Yo soy un viejo gabinete lleno de rosas marchitas,
Donde yace toda una maraña de modas anticuadas,
Donde los pasteles plañideros y los pálidos Boucher,
Solos, exhalan el olor de un frasco destapado.

El sol
Este padre nutricio, enemigo de las clorosis,
Despierta en los campos los versos como las rosas;
Hace evaporarse las preocupaciones hacia el cielo,
Y colma los cerebros y las colmenas de miel.
Es él quien rejuvenece a los que empuñan muletas
Y los torna alegres y dulces como muchachas jóvenes,
Y ordena a los sembrados crecer y madurar
¡En el corazón inmortal que siempre quiere florecer!

El Cisne
En cualquiera que ha perdido lo que no se encuentra
¡Jamás, jamás! ¡en los que beben lágrimas!
¡Y maman del Dolor cual de una buena loba!
¡En los flacos huérfanos secándose cual flores!



El amor de la mentira
¿Eres el fruto otoñal de sabores soberanos?
¿Eres la urna fúnebre aguardando algunas lágrimas,
Perfume que hace soñar con oasis lejanos,
Almohada acariciante, o canastillo de flores?

(A la criada...)
A la criada de la que con toda el alma estabais celosa
Y que duerme su sueño bajo un humilde césped,
Debiéramos, sin embargo, llevarle algunas flores.

El alma del vino
En ti yo caeré, vegetal ambrosía,
Grano precioso arrojado por el eterno Sembrador,
Para que de nuestro amor nazca la poesía
Que brotará hacia Dios cual una rara flor!"


El vino de los traperos
Retornan, perfumados de un olor de toneles,
Seguidos de compañeros, encanecidos en las batallas,
Cuyos mostachos penden como las viejas banderas.
 
Los pendones, las flores y los arcos triunfales

Un mártir
(Dibujo de un maestro desconocido)

Sobre el velador, como una ranúncula,
Reposa; y, vacía de pensamientos,
Una mirada vaga y pálida como un crepúsculo
Se escapa de sus ojos revulsivos.


La Beatriz
—"Contemplemos complacidos esta caricatura
Y esta sombra de Hamlet imitando su postura,
La mirada indecisa y los cabellos al viento.
¿No inspira gran piedad ver a este buen compañero,
Este vagabundo, este histrión vacante, este bribó
Porque sabe desempeñar artísticamente su rol,
Empeñarse en atraer con la canción de sus dolores
 
Las águilas, los grillos, los arroyos y las flores,
Y hasta a nosotros, autores de estos viejos papeles,
Recitarnos aullando sus tiradas públicas?"



Un viaje a Citerea
Bella isla de los mirtos verdes, plena de flores abiertas,
venerada eternamente por toda nación,
donde los suspiros de los corazones en adoración
envuelven como incienso sobre un rosedal

Donde el arrullo eterno de una torcaz
-Citerea no era sino un lugar de los más áridos,
un desierto rocoso turbado por gritos agrios.
¡Yo, empero, vislumbraba un objeto singular!

No era aquello un templo sobre las umbrías laderas,
Al cual la joven sacerdotisa, enamorada de las flores,
acudía, encendido el cuerpo por secretos ardores,
entreabriendo su túnica las brisas pasajeras;

El reniego de San Pedro
¿Recordabas, acaso, aquellos días tan brillantes, y tan hermosos
en que llegaste para cumplir la eterna promesa,
cuando atravesaste, montado sobre una mansa mula
caminos colmados de flores y de follaje



La muerte de los artistas
Los hay que jamás han conocido su ídolo,
Y estos escultores condenados y señalados por una afrenta,
Que van martillándose el pecho y la frente,

No tienen más que una esperanza ¡extraño y sombrío Capitolio!
Y es que la Muerte cerniéndose como un nuevo sol
¡Hará desplegarse a las flores de su cerebro!

El viaje
¡El Loto perfumado! Es aquí donde se cosechan
Los frutos milagrosos que vuestro corazón apetece;
Acudid a embriagaros con la dulzura extraña
De esta siesta que jamás tiene fin!"

La puesta de sol romántica
¡Yo lo recuerdo!... Lo vi todo, flor, fuente, surco;
Desfallecer bajo su mirada como corazón que palpita...
—¡Acudamos hacia el horizonte, ya es tarde, corramos pronto,
Para alcanzar, al menos, un oblicuo rayo!

Mujeres condenadas
Delfina e Hipólita
—"Hipólita, corazón amado, ¿qué dices de estas cosas?
Comprendes ahora que no hay que ofrendar
El holocausto sagrado de tus primeras rosas
A los soplos violentos que pudieran marchitarlas?


El leteo
En tus enaguas saturadas de tu perfume
sepultar mi cabeza dolorida,
y aspirar, como una flor marchita,
el dulce relente de mi amor difunto.


Para aquella que es muy alegre
Los refulgentes colores
con que salpicas tus vestidos
vuelcan en el espíritu de los poetas
la imagen de una danza de flores.



El surtidor
El haz desparramado
en mil flores,
donde Febo gozoso
pone sus colores,
cae cual una lluvia
de prolongadas lágrimas.


El monstruo
El paraninfo de una ninfa macabra
yo no encuentro monótono
el verdor de tus cuarenta años;
¡Prefiero tus frutos, Otoño,
a las flores banales de la Primavera!
¡No! ¡Jamás eres monótona!

Madrigal triste
¿Qué me importa que seas discreta?
¡Sé bella! ¡Y sé triste! Las lágrimas
agregan un encanto al rostro,
como el río al paisaje;
la tempestad rejuvenece las flores.

Muy lejos de aquí
De arriba abajo, con gran cuidado,
su piel delicada es friccionada
con óleo perfumado y benjuí.
 
 -Las flores desfallecen en un rincón-.
 
Los fragmentos de los poemas son tomados de: Las flores del mal. Charles Baudelaire
Traducción de E. M. S. DANERO
Editorial EFECE. Argentina: 1977

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